Ratzinger, el teólogo que nos fascino con la afirmación en pleno s.XXI de que el infierno existía, o de que la música rock tenía algo que ver con aquel, ha dimitido de su cargo como Pontífice en el Vaticano, acompañado, como no podía ser de otro modo, por la furia del rayo, que en la biblia (Pr. 26:1) se considera signo de disgusto de Dios.
Muchas de sus afirmaciones, especialmente la de su texto sobre música y liturgia, han sido una fuente imprescindible para este blog.
Como sentido homenaje recuperamos de nuevo algunos fragmentos de aquel polémico texto con el que tanto hemos disfrutado y tanto nos han dado que pensar.
Como decía en otro sitio, tres de mis supervillanos más odiados han dimitido recientemente. Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, quien sabe por qué. Pedro Calvo, envuelto en el caso Madrid Arena, una evolución natural en la concentración del ocio con aquella mezcla ejemplar de policía y contaminación acústica. Y por último Ratzinger, que a día de hoy, se ve incapaz de seguir haciendo el bien.
“La importancia que la música tiene en el marco de la religión bíblica puede deducirse sencillamente de un dato: la palabra cantar (junto a sus derivados correspondientes: canto, etc.) es una de las más utilizadas en la Biblia. En el Antiguo Testamento aparece en 309 ocasiones, en el Nuevo Testamento 36. Cuando el hombre entra en contacto con Dios, las palabras se hacen insuficientes. […]”
“La primera mención del canto la encontramos, en la Biblia, después del paso del Mar Rojo. […] La reacción del pueblo ante el acontecimiento fundamental de la salvación se describe en el relato bíblico con la siguiente expresión: «Creyeron en Yahveh y en Moisés, su siervo» (Ex 14,31). Pero le sigue otra reacción que se añade a la primera con una naturalidad desbordante: «Entonces Moisés y los israelitas cantaron este cántico a Yahveh…» (15,1). En la celebración de la noche de Pascua los cristianos, año tras año, unen su voz a este cántico, lo cantan de nuevo como cántico propio, porque también ellos se «saben salvados del agua» por el poder de Dios, se saben liberados por Dios para la vida verdadera.”
“Ya hemos encontrado anteriormente en el Apocalipsis ese horizonte amplio, consecuencia de la profesión de fe en Cristo, donde el cántico de los vencedores recibe el nombre de cántico de Moisés, siervo de Dios, y del Cordero. Con ello se ponía de relieve otra dimensión del canto ante Dios. En la Biblia de Israel hemos constatado hasta ahora dos motivos fundamentales para cantar ante Dios: la situación de necesidad y de alegría, de tribulación y de salvación. La relación con Dios estaba demasiado determinada por el temor y ese profundo respeto ante el poder eterno del Creador, como para osar plantearse los cánticos al Señor como cánticos de amor a Dios. ”
“Los otros dos fenómenos están ligados a la evolución de la música como tal: inicialmente tienen su origen en Occidente, pero, gracias a la globalización de la cultura, afectan desde hace tiempo a toda la humanidad. El primero es la llamada «música clásica» que —salvo escasas excepciones— se ha ido circunscribiendo a una especie de gueto, al que acceden únicamente los especialistas, e incluso ellos, en ocasiones, lo hacen con sentimientos y predisposiciones diversas.
El otro sería la música de las masas, que se ha desligado de este fenómeno y ha emprendido un camino diferente. Dentro de ella está, por un lado, la música pop, cuyo soporte, desde luego, ya no es el «pueblo» (pop), en su antiguo sentido, sino que va ligada a un fenómeno de masas, es producida de un modo industrial y puede definirse, en último extremo, como un culto a lo banal.
La música rock es, frente a eso, expresión de las pasiones elementales, que en los grandes festivales de esta música han adoptado un carácter cultual, es decir, de un contraculto, que se opone al culto cristiano. Quiere liberar al hombre de sí mismo en la vivencia de la masa y en la vibración provocada por el ritmo, el ruido y los efectos luminosos. Eso lleva al que participa en ella, mediante el éxtasis provocado por el desgarramiento de los propios límites, a hundirse en la fuerza primitiva del universo.
La música de la sobria embriaguez del Espíritu Santo parece tener pocas posibilidades allí donde el yo se convierte en una cárcel y el Espíritu en una cadena. Al mismo tiempo, la ruptura violenta con uno y otro aparece como la verdadera promesa de liberación que uno cree poder saborear al menos por un instante.”
Arte y Liturgia: La Música. Joseph Ratzinger
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